Todas las tardes de verano Martín disfrutaba jugando en el mar con Juno, su mejor amigo.
Una de esas tardes, mientras estaban divirtiéndose en su barquita hinchable, un calamar no paraba de saltar de un lado para otro.
─ ¿Ves ese calamar que está volando por todas partes? ─ preguntó Juno.
─ A lo mejor es Superman, es decir, “súper calamar” ─ respondió Martín.
─ ¡Jo! Pero salta demasiado alto y, además, va del revés ─ dijo de nuevo Juno.
─ No pasa nada, no le eches cuentas. Déjalo que salte como quiera ─ volvió a responder Martin.
Juno y Martín se olvidaron del calamar y cuando se dieron cuenta, estaban muy lejos de la orilla. Martín se puso nerviosísimo porque la barca comenzó a desinflarse y no sabía nadar.
─ ¡No sé nadar! ¡Por favor, ayúdame Juno! ─ gritó Martín.
─ No te preocupes Martín. No te vas a ahogar porque aprenderás a bucear ─ respondió Juno.
Los dos amigos se lanzaron al agua y Juno enseñó a Martín a bucear. Aprendió muy rápido.
─ ¡Ya sé bucear, ya sé bucear! ─ gritaba muy contento.
─ Muy bien, me alegro mucho. Ahora debes tener cuidado porque hay nuevos enemigos debajo del agua ─ advirtió Juno.
En esa playa, en las profundidades, había muchos zombis ahogados que perseguían a todos los bañistas. Si alguna vez atrapaban a alguno, rápidamente lo convertían en un zombi más.
Martín, que había aprendido a bucear con los ojos abiertos, de repente, vio a cientos de zombis que no paraban de tiritar.
─ Juno, ¿qué les sucede a todos esos zombis? ¿por qué no paran de tiritar? ─ preguntó Martín.
─ No lo sé, tendrán frío. Pero ¡corre, corre! ¡Nos quieren atrapar y hacernos uno de los suyos! ─ gritó Juno.
En un “pis pas” Martín y Juno estaban en la orilla de la playa. Se habían librado por los pelos. Estaban tan asustados que, por si acaso, se subieron a un árbol.
─ ¡Ya estamos a salvo! ─ dijeron los dos amigos al mismo tiempo.
Sergitok Gómez Quinterillo y papá (7 de julio de 2018)