Mora soñaba con el día en el que pudiera volar. Cuando lo consiguió se encontró con algo muy extraño. Un coco le dijo que si se lo podía comer. Mora se quedó muy sorprendido de que un coco pudiera volar y hablar. Pero, más sorprendido aún, cuando vio todo el cielo cubierto de cocos voladores.
De repente, a Mora le entró mucha hambre y comenzó a comer cocos sin parar hasta que le dio un dolor de tripa.
«Creo que necesito bajar hasta Turby para tomarme un granizado de piña colada. Me siento la barriga muy pesada y, además, me apetece hacerle una visita a Menta. A mi hijo le encantan los granizados de maracuyá» – pensó Mora.
Una vez que aterrizó, Mora se montó en su Helicat y, en un plis plas, estaba deslizándose por el agua del mar de Turby en búsqueda de Menta.
Durante el trayecto a Mora le llamó la atención una casa llena de gallinas con muchas plumas y ojos muy grandes. Curiosamente se trataba de la casa de su hijo. Mora paró su Helicat, se bajó y se dirigió hacia la puerta de la casa. Todas las gallinas se fueron corriendo asustadas hacia el corral.
– Oye ¿hay alguien ahí? Menta, ¿estás en casa? – preguntó Mora
– Siiii, ahora mismo salgo – respondió su hijo.
Cuando salió Menta, se llevó una gran sorpresa. Hacía mucho tiempo que no veía a su padre.
– ¡Papá, cuánto tiempo sin verte! – exclamó Menta. ¿Desde cuándo tienes cuernos con tentáculos?
– Hace mucho tiempo que me crecieron alas y estos cuernos – respondió Mora. A ti, cuando seas mayor, también te saldrán alas y cuernos como a mí. Igual que al abuelo – continuó diciendo.
– Abuela me contó que al abuelo le salió de la cabeza un niño mutante que lo atacaba y era muy pesado – dijo Menta.
– Sí, es verdad, le salió un niño mutante que se llamaba Pesadetis. Pero cuando se hizo grande se marchó a Alemania y el abuelo se quedó tranquilo – dijo Mora.
Mora y Menta siguieron hablando mientras andaban hacia la tienda de los granizados. Los dos estaban muy contentos de volverse a ver.
Sergitok Gómez Quinterillo y papá (4 de junio de 2018)